Monday, March 17, 2014
easy.
(ésta canción siempre vas a ser vos. e indefectiblemente, también nosotros, los de aquel entonces)
Sunday, March 16, 2014
sleepysunday.
de vez en cuando
querría de vuelta
los domingos a la mañana
el sol entrando en la ventana
confundiéndose con las sábanas
con nuestros pies
enredados
los ojos dormidos
los sueños en pausa
la simpleza de las cosas
la belleza de ese instante
la sensación de que la vida toda
sólo vale
por ese minuto de domingo
justo
antes
de
despertar.
Saturday, March 15, 2014
Instantáneas.
Chiang Mai, norte de Tailandia. Marzo de 2008.
Todavía nos queríamos cuando
sacaste esta foto. Todavía quedaban muchos viajes por delante y era la mitad de
ese que nos encontraba descubriendo otro mundo. Era la primera vez de descubrir
lo que yo sentía que me esperaba fuera de Occidente y que no se me fue nunca
más. Yo no entendía casi nada de budismo pero entrar a cada templo nuevo me fascinaba
como la primera vez. Entramos y no había nadie, el tiempo estaba congelado ahí,
en esa alfombra roja. Como los recuerdos ahora. Entraba luz por una ventana,
algo de aire pesado, hacía calor. Habíamos llegado ahí vagando, haciendo tiempo
para la siguiente excursión, contándonos historias, contando la plata.
Planeamos volver a ese lugar alguna vez. Sigo creyendo que así será, pero ahora
sé que no va a ser con vos. No va a ser nunca más con vos. Yo no sabía rezar en
tailandés ni tenía claro que hacer frente a las mil imágenes doradas de budas
de ojos cerrados. Pero quería quedarme ahí, quería la foto, quería frenar el
tiempo en una postal para poner en nuestro living. Cuando la revelé me di
cuenta que quedó un poco movida, y la guardé adentro de un libro para un
cuadrito que nunca hice. Cuando volví a abrir el libro y acordarme del
cuadrito, ya no había living nuestro, ni viajes, ni templos. Ni tampoco me
importaba.
Historias de taxi.
(*Texto inspirado en la consigna de contar la vida como se le cuenta una mentira a un chofer de un taxi)
Soy secretaria, señor. Secretaria pero no cualquier
secretaria de esas que atienden el teléfono, anotan un turno y nada más, eh.
Soy Secretaria de Presidencia de una importante firma de logística. ¿Qué si le
puedo decir cuál? Si, Richiardelli Hermanos SRL. ¿La conoce? Seguro vio alguno
de nuestros camiones ploteados alguna vez. Usted está en el transporte. Más
urbano claro, pero los taxistas deben prestar atención a otros transportes. La
empresa es una pyme argentina, a la que le está yendo, bueno… como a todas las
pymes de la Argentina, se imaginará. Pero aún así hace 39 años que están en el
mercado. Y que diga transporte no significa que sea aburrido, eh. Para nada.
Tengo a cargo toneladas de cosas. Usted ni se imagina lo que es mi trabajo.
Llegan papeles con pedidos, hay que llenar acoplados de camiones que
transportan desde alimentos hasta automóviles, y yo me encargo de gestionar
todo eso. Si, si. Se perfectamente cuántas cajas llenas de paquetes de arroz
entran en un camión de 5000 kilos o hasta cuántos coches puede llevar otro de
esos que transportan cero kilómetro. ¿Qué si me dedico a las matemáticas? Para
nada, señor. Me llevo pésimo con las matemáticas, pero soy una mujer obsesiva
con todo lo que hago. Y acá se trata de hacer estimaciones, despachar cantidades,
coordinar con el chofer del camión, la empresa del producto y avisarle al señor
Richiardelli los movimientos de los camiones del día. El señor Richiardelli
tiene 55 años y tiene toda la confianza en mí para este trabajo. También me
encarga cosas personales, porque como le dije, soy Secretaria de Presidencia y
él, es el presidente. Él y su hermano, Ramirito, que es más joven y un tiro al
aire, así que no está nunca en la empresa y el señor me encargó que no le
tomara ningún recado tampoco. Él me quiere para sólo para él. Yo por el señor Richiardelli, lo que sea. Es
amoroso, realmente amoroso. Y muy buen mozo. Me regala flores para la primavera
y bombones de confitería para el Día de la Secretaria desde hace siete años,
que es el tiempo que hace que estoy en la empresa. A veces me regala otras
cosas, pero eso a usted ya no le importa. Es muy generoso, Roberto, digo, el
señor Richiardelli. ¿Qué si es casado? Si, si, es casado, padre de familia,
tiene dos hijos y una mujer, que, bueno, es loca. Pero loca, loca. Loca
psiquiátrica. Así como le digo. Medicada. Se ha aparecido en la oficina
gritando y queriendo romper todo más de una vez. La última la tuvieron que
sacar con el SAME porque le dio como un ataque. A mi me gritó de todo: yo no
entendía nada, y me quedé ahí, detrás de mi escritorio, congelada. Hasta que se
me avalanzó y me quiso agarrar de los pelos, mientras gritaba putitademierdayotevoyadarquetemovesamimarido.
Loca, loca. Pero bueno, salvo cosas como esas, en la empresa es siempre más o
menos lo mismo. Entro a las 8, salgo a las 5, me tomo el 39 y llego para las 8
a Montserrat. Pero en general si hay mucho trabajo y el señor Richiardelli lo
requiere me tengo que quedar hasta tarde, vió, hay que cuidar el trabajo, está
taaaan difícil. Y yo por mi jefe, lo que sea. ¿Qué si hoy hubo mucho trabajo? Y
si, hoy fue uno de esos días. Hubo
que trabajar tanto que se nos hizo un poco tarde, por eso tomé este taxi. Uy,
pero mire usted, ¿ya las dos y media de la mañana? Se me pasó volando. Es que
cuando estoy trabajando, se me pasa el tiempo. Soy una mujer obsesiva con lo
que hago, ¿ya se lo dije, no?
Friday, March 14, 2014
Virtualidades.
Supo que estaba en problemas cuando al sexto día de haberse
‘conocido’, le dolieron la vista y los pulgares. Era la enésima vez en el día
que miraba la pantallita del celular, sonreía como una tonta y su familia la
miraba sin entender absolutamente nada: era una mina de 30 con la actitud de
una de 15, chateando desaforadamente con su celular. Sin la mínima intención de
parar ese pelotudeo virtual que la tenía entre embobada y pseudo enamorada de
alguien a quien creía conocer mucho en seis días en los que perdió la dimensión
del tiempo, y que en verdad, jamás había visto en persona. No había podido
sacar la atención del teléfono ni un solo día. Ni siquiera el único en el que
no habían hablado. El resto, todos los otros días, desde la madrugada de un 25
de diciembre, habían sido a puro chat casi de corrido, durante horas. Hablando
de cualquier cosa, o de cosas demasiado profundas. El chat da una cierta
impunidad para confesar cosas imposibles, desnudarse en comentarios casi
ridículos pero que a la vez tienen un condimento de intriga y seducción por no
saber bien la atención de quién se está captando del otro lado. La impunidad de
lo virtual, es, peligrosa.
Se encontraron –conocieron
sería demasiado pretencioso- de la forma más ‘anti-ellos’ que podía existir.
Ella, periodista, subida a la moda de lo trendy: después de un año y medio de
soltera, tenía bien en claro que las relaciones también empezaban de forma
virtual. Y como jamás quiso perderse nada, mucho menos una global trend, se animó a registrarse en la última app de moda en
las grandes ciudades capitales que ya estaba en Buenos Aires. Como casi todo lo
que hacía, por la historia o por la nota, tenía que estar. Él estaba recién
separado, poniendo en práctica con cierta cautela, todos los artilugios
posibles para vivir su nueva vida de soltero. No lo convencía para nada lo del
catálogo online de minas en el celular, pero igual se registró, e hizo lo
opuesto a lo que todos los hombres suelen hacer: no le dio like a todas, sino a unas pocas, pero eligió una sola para empezar
una conversación. La sorpresa para ambos, fue que terminó siendo match… un 25 de diciembre a las 3 de la
mañana. Ella había empezado su experimentación con la app en un random de
candidatos poco selectivo, así que en dos días tenía 50 posibles “parejas” y la
mitad de esos flacos, le hablaban por chat. Se asustó y no respondió a ninguno.
Pero el aburrimiento después de las copas del 25, la noche de verano lenta y
aletargada y la intriga de la primera frase de él donde incluyó, además de
perfecta ortografía, un punto final -la obsesión del punto final en un chat lo
destacó definitivamente del resto-, le llamaron la atención. Respondió. Primer match real. Se quedó dormida
escribiendo, sin encontrarle mucho sentido a la situación, pero divertida. Al
día siguiente la charla pasó al nivel dos: intercambiaron Whatsapps. Y no
pararon más. La siguiente sucesión de conversaciones alternó por una infinita
variedad de temáticas, casi sin distinción de horarios. Charlas intermitentes a
lo largo del día, madrugadas eternas. Pasaron los días y la curiosidad y la
posibilidad de un encuentro real, eran incuestionables. Tenían que verse. Era
urgente, era necesario. ¿Estaban preparados? Nunca se lo cuestionaron.
Simplemente fijaron fecha y contaron los
días, las horas y los minutos hasta que el día de la cita llegó.
Esa noche fue un cocktail de nervios, taquicardia e intriga.
Una intriga terrible a cómo pudiera salir ese encuentro. ¿Y si salía mal?
Posiblemente, no era lo que se cuestionaban. El miedo, el terror profundo que
los dos sentían, no tenía tanto que ver con si la cita salía mal, sino en
verdad con la posibilidad real –real
y no virtual-, de que saliera bien. Era un miedo exagerado a encontrarse con la
potencialidad del amor cuando ninguno de los dos lo estaba buscando. ¿O en
verdad si, cuando se dieron de alta en esa app que los hacía sentir un poco
ridículos? Se sinceró consigo misma: todos
estamos buscando un poco el amor, todo el tiempo.
Él la vio primero, cuando dobló por la esquina, enfilando
directamente hasta la puerta del bar que no había podido traspasar. Tenía fobia
a sentarse solo en una barra. Justo lo opuesto a ella, que amaba las barras,
los bares y las charlas entre copas con desconocidos. Tenía puesto un vestido
negro corto, y era alta, lo suficiente como para intimidarlo un poco. Se
saludaron con taquicardia. Se miraron con complicidad desde el instante en el
que cruzaron miradas por primera vez: la química estaba. Era un hecho tan
maravilloso como trágico. Él habló y habló. Contó su historia, habló de su ex.
Ella terminó soltando algo de la suya también, con menos detalles pero
conservando los que la dejaban ver como una mujer herida. Entre la que se
muestra infranqueable pero a la vez, necesita que la protejan. Alternando el
miedo de ponerse en evidencia con una alerta en su discurso como avisando que
vivió, que la pasó mal por otro, que ya está inmortalizado en su lista, en sus
cicatrices, en su vida.
24 horas después, ella apretaba el único botón del celular,
para que se encendiera la pantalla y le dijera cuándo él se había conectado por
última vez al Whatsapp. 22.23, decía.
Su reloj marcaba las 23.22 del día
después. Después del idilio, la intriga, la ansiedad, los nervios y la
expectativa inevitable. Después de los tragos, la charla interminable, la
vergüenza, el terror, las ganas. El beso. Había sido una tortura llegar hasta
ese bar, frenar los pensamientos, en esa noche pesada en la que el letargo del
verano y el calor, se hizo sentir, también, en el aire entre ellos dos. Se
cerró con el del beso, se terminó con el silencio. 24 horas después, sentía
algo así como el post efecto placebo de una droga. La abstinencia de atención
la ahogaba, la coartaba en su libertad de ser ella misma y elegir qué sentir. Como si pudiera elegirse.
Llegó la madrugada. Lo que nunca llegó fue el siguiente
mensaje, y se preguntó si este era, formalmente, el fin del idilio. Se dio
cuenta de lo lindo que había sido todo mientras había durado: el estar
pendiente de otro, el que otro, un alguien,
esté al pendiente de uno. Sonreír instantáneamente al ver un mensaje nuevo
en el teléfono, con una sonrisa ridícula, incomparable a otras. La potencial
sensación de volver a enamorarse. Todo había sido mágico y le había devuelto la
posibilidad ínfima de probar, otra vez, después de mucho, el sabor de un beso
con un poco de gusto a amor. Se dio cuenta que eran cerca de la una de la
mañana, estaba sola, como casi siempre, y el mensaje esperado no había llegado
ni iba a llegar. No le importó. Se sonrió con cierta tristeza, como quien entiende
una señal, que por más anónima y silenciosa, le estaba diciendo que había
llegado el momento de volver a empezar. De volver a creer. Se hundió lentamente en un sueño pesado, profundo, sin más
respuestas, como la noche de verano que estallaba afuera. Se quedó dormida con
el celular entre las manos.
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