Sunday, December 28, 2014
Monday, October 20, 2014
(re)encuentro.
(...) Después de
esa noche, las despedidas serían siempre un hasta luego. Una sucesión de
encuentros buscados, de excusas, de besos robados, de indirectas cómplices en
público. De buscar señales para encontrarse en la cotidianeidad que los
encontraba separados. Un mensaje en una pared, una canción, un comentario de
alguien al pasar que uniera la vida de uno con la del otro como por casualidad.
La necesidad de que el azar o el destino legitimaran eso -indefinido o no- en lo que se estaban convirtiendo.
Esa
madrugada marcó el principio de una historia que ella había decretado imposible
hasta que se encontró, de algún modo, salvada
en sus brazos. Sin cursilerías: el registro de ese abrazo volvería una y otra
vez en su memoria, durante mucho tiempo, sobreviviendo a todo.
Tardó en
descifrarlo, pero esa noche, una parte de si que desconocía, se reveló con él.
Se abrió un portal, se liberaron demonios y ángeles. Algo del caos del universo
se ordenó.
Se habían encontrado, y aunque aún no sabían bien qué hacer con eso, desde ese momento, la única certeza entre los dos, fue que existían. Sunday, August 24, 2014
Como el agua.
Fuimos al bar que había elegido yo. Me pedí un Negroni. F no
sabía qué era. Pidió una caipirinha de maracuyá. El nombre del trago, el trago
en si y el que haya dicho ‘caipi’ fueron cosas que me pusieron de malhumor.
Pero igual me gustaba.
*
Bikram yoga es una disciplina diferente a la de cualquier
otro yoga. La razón principal es que se practica en una sala a 42° de
temperatura. No hace falta tener experiencia previa, y lograr las posturas
puede llevar un día, o cien, o toda la vida. No es lo que importa.
*
Nos sentamos en la barra. A él lo incomodaba, a mi me hacía
sentir en mi territorio. No sé por qué razón necesité eso. Creo que
efectivamente, porque me encantó ni bien lo vi, y me sentí vulnerable. No lo
miré a los ojos. Pedí un gintonic.
*
Es necesario beber entre 3 y 4 litros de agua previos a la
clase. No sirve tomar líquido un rato antes o durante la práctica. Es clave que
la hidratación sea anterior, o el malestar es inminente.
*
Pedí otro gintonic y un vaso de agua. F pidió uno también. No
paraba de hablar, estaba nervioso y no lo ocultaba. Yo estaba un poco
alcoholizada, pero en mis niveles acostumbrados. Me di cuenta que quería darme
un beso y no encontraba el momento. Me reí. Yo también quería que me diera un
beso.
*
Una clase de Bikram dura 90 minutos. Son 26 posturas que se
repiten dos veces. El profesor no hace posturas, sino que habla la clase
completa, indicando qué hacer, segundo a segundo. Es un ejercicio de meditación
activa, requiere máxima concentración. La única regla: no dejar la sala bajo
ningún concepto. Lo único que hay que resistir son los 42°, el resto –la
transpiración, el esfuerzo físico, los pensamientos-, son detalles.
*
Me agarró la mano. Nos reímos los dos. Eran las dos de la
mañana, era enero. Habíamos tomado y hablado demasiado. Le conté que había
empezado bikram ese día, me dijo que estaba loca. Hacía calor. Nos fuimos del
bar caminando. En la esquina paró y nos besamos.
*
Utkatasana es la postura de la incomodidad. La número tres,
del equilibrio. Aumenta la fuerza del cuerpo en general, fortalece y tonifica
los músculos de las piernas, aumenta la flexibilidad en los dedos de los pies y
los tobillos y alinea el sistema óseo.
*
Cuando nos despedimos F seguía visiblemente nervioso. Yo
también, pero no quería que se notara. Me dio un beso que me dejó pensando la
semana entera que le siguió a ese día y que no escribió.
*
El Negroni es un trago clásico de fines del 1800, que se
prepara con una medida de rosso, una de Campari y una de ginebra. Se bebe en un
vaso bajo, con una única pieza de hielo grande, para que el agua se vaya
derritiendo progresivamente y el cocktail conserve su temperatura ideal durante
más tiempo.
*
Volvimos a vernos
unos meses después. Otra vez invitó él, otra vez elegí el bar yo, pero esta vez
era otro. Esta vez, la visiblemente nerviosa era yo. Tomamos Negronis los dos,
nos fuimos borrachos, nos besamos. Hacía frío, ya no era verano. Hablamos demasiado
otra vez, nos mentimos. Otra vez no volvió a escribir. Me jodió. Después de F salí
con un chico que tomaba whisky como agua, que me llevó a su casa, que no quise
volver a ver.
*
La instructora de yoga repite que lo único importante es
hacer, y soltar el resultado. Mientras tanto hace 42°, voy por la segunda
postura y quiero huir.
*
Una indicación de que un bar es un buen bar, es cuando
sirven agua acompañando un coctél, aún sin que el cliente lo pida. El agua es
fundamental para nivelar la deshidratación que causa el alcohol.
*
La postura de camello o ustrasana abre y fortalece la caja
torácica, pulmones y sistema respiratorio. Comprime la columna vertebral,
aliviando problemas de espalda, liberando emociones y pensamientos. Casi todas
las veces que la hago, me dan ganas de llorar.
*
Bikram. Cincuenta clases después. No estoy especialmente
elástica, ni bajé demasiado de peso, ni logré soltar nada. No volví a ver a F.
No tomo el agua suficiente. Pero sigo yendo igual.
Saturday, August 23, 2014
Fin de fiesta.
Bajan juntos
las escaleras del salón, y mareados por todo lo bebido y por las luces, salen sin
estar preparados al mundo real. Por suerte es de madrugada y eso, de algún
modo, los protege. Comparten el taxi, pero fijan rumbo a destinos diferentes,
como poniendo una distancia implícita, necesaria. Ella sube primero y por el tiempo que
durará el trayecto, se olvidará de todo –de lo que es correcto, del deber ser,
de los prejuicios, del anillo que le brilla a él en la mano izquierda-. Al otro
día pensará si alguien los vio irse juntos. Pero ahí le importará menos que siempre. Está aletargada
por el alcohol, la noche y ese viaje que de algún modo, los dos forzaron.
Dice su
dirección. Suena una canción de amor de los noventa. Se ríen instantáneamente y
con la risa quiebran el silencio incómodo que ninguno estaba dispuesto a
sostener. Qué kitsch esto, ¿no?, dice
él, sin evasivas, y pasa su mano atrás de su respaldo, con cierta distancia,
con muchas ganas. Ella asiente y se vuelve a reír. Afuera pasan las calles, las
luces de la ciudad medio dormida de una madrugada de una noche cualquiera para
muchos, pero eterna para ellos, que están ahí, en esa microcápsula en la que convierten
a ese taxi por los minutos que dura el viaje.
Lo hacen durar. Hablan
de cosas que ella no recordará después, por los nervios del momento, o porque
realmente no importaba qué estaban diciendo. Importaba que estaban ahí, que se
habían vuelto juntos de esa fiesta, que eran más de las dos de la mañana, y que estaban
solos, por primera vez. Transgrediendo algo, una barrera más interior que real.
Creando un instante, que por primera vez, era de los dos.
Los minutos y las calles avanzan y el taxi estaciona en la entrada de la casa de ella. Él
se baja, abre la puerta, se dicen dos o tres palabras sin sentido, se abrazan, se
sueltan demasiado rápido. El aire se corta, y se miran frente a frente y se
dicen algo o todo con los ojos. Él la mira con una ternura infinita y se
detiene el tiempo. Por un instante, la posibilidad de lo imposible, la
potencialidad de eso que no entienden, pero que es una certeza que dejaron grabada
en algún lugar, en algún tiempo lejano a ese. Aunque los dos saben que no, que al
menos en ese presente, no puede ser. Ahí si se abrazan de nuevo, más fuerte,
más largo. Ella siente su perfume, el borde de su saco, su cuello, sus ganas,
las propias. Siente todo y le duele. Se sueltan con cierta tristeza, se rozan
las caras, se respiran. Pero dejan pasar el momento y de repente el mundo
vuelve a construirse a su alrededor. Reaparece el taxi, la noche húmeda, las luces
de la calle, la puerta del edificio. La misma realidad insípida que hace que
todo suceda a una velocidad conocida, que a veces, sólo a veces, deja huecos de
tiempo que nos hacen eternos por un instante. Gira la llave en la cerradura,
traspasa la puerta, y aunque el taxi desaparece, el halo de lo que pasó,
inexplicable, queda flotando en el aire. Se acuesta con ella y esa noche, no la
deja dormir.
Sunday, August 10, 2014
nómade.
(palabras guardadas, que viajan de un verano pasado a un invierno incierto. sigo siendo nómade).
hay una calle por la que no volveré a pasar
hay un perfume que todavía imagino, pero no voy a volver a sentir
nunca
más
hay recuerdos que acechan a la vuelta de la esquina,
en algún sueño
en algún papel
y que ya no quiero enfrentar
esperan ahí
agazapados
como esperando para atacar(me)
yo ni los miro
los ignoro con los ojos tristes
con el corazón apretado
entre las manos unas líneas
palabras perdidas
sueños que me desvelan
y no entiendo
es como que volvés
sin pedir permiso
arrebatando mi día
y mi brújula
ahora sé que sigo
con o sin norte, sigo
caminando descalza
sobre un desierto de palabras
nómade
construyendo nuevas historias
vagando
por
ahí
yo olvido.
Sunday, July 20, 2014
Sunday, July 13, 2014
lo que no se debe.

Buscás verme de todas las maneras posibles, y sin excusas. Pero sabés que todo lo que yo puedo darte es poco. Es un puñado de cosas mínimas. Acercarme un día a tu trabajo. Sonreír de costado, compartir una copa, siempre con gente alrededor. Abrazarte en el saludo de bienvenida, y que el abrazo dure un poco más al despedirnos, poniéndole cierta nostalgia al asunto, sin saber cuándo será la próxima vez.
Y me tocás levemente, apenas, lo socialmente aceptable, como si yo fuera cualquier otra visita.
Aunque vos y yo sabemos que no, y que ese segundo que tu mano me roza la espalda, se reconecta una artillería de ideas que podría disparar una infinidad de sensaciones que no estamos dispuestos a enfrentar.
Ni vos, aunque digas que si, ni yo, que entierro las ganas e insisto en decir elegantemente que no.
Saturday, April 12, 2014
Tuesday, April 01, 2014
caen estrellas, cada vez que chocamos
yo contigo mantengo las distancias
mi anhelo las rompe
alegremente
no ves que yo no sé qué hacermi anhelo las rompe
alegremente
con mis dos universos paralelos
feriado.
como si la tarde pudiera
descifrar tu nombre
anónimo
un rostro entre miles
desdibujado por el letargo
de este día en pausa
me detengo y pregunto
-como pregunta un niño-
si nos cruzáramos en la calle hoy
con miradas de siesta
con aire de feriado
con manos cansadas
con las marcas viejas
si así y todo fuera,
¿podríamos reconocernos?
ph. cartier bresson
Monday, March 17, 2014
Sunday, March 16, 2014
sleepysunday.
de vez en cuando
querría de vuelta
los domingos a la mañana
el sol entrando en la ventana
confundiéndose con las sábanas
con nuestros pies
enredados
los ojos dormidos
los sueños en pausa
la simpleza de las cosas
la belleza de ese instante
la sensación de que la vida toda
sólo vale
por ese minuto de domingo
justo
antes
de
despertar.
Saturday, March 15, 2014
Instantáneas.
Chiang Mai, norte de Tailandia. Marzo de 2008.
Todavía nos queríamos cuando
sacaste esta foto. Todavía quedaban muchos viajes por delante y era la mitad de
ese que nos encontraba descubriendo otro mundo. Era la primera vez de descubrir
lo que yo sentía que me esperaba fuera de Occidente y que no se me fue nunca
más. Yo no entendía casi nada de budismo pero entrar a cada templo nuevo me fascinaba
como la primera vez. Entramos y no había nadie, el tiempo estaba congelado ahí,
en esa alfombra roja. Como los recuerdos ahora. Entraba luz por una ventana,
algo de aire pesado, hacía calor. Habíamos llegado ahí vagando, haciendo tiempo
para la siguiente excursión, contándonos historias, contando la plata.
Planeamos volver a ese lugar alguna vez. Sigo creyendo que así será, pero ahora
sé que no va a ser con vos. No va a ser nunca más con vos. Yo no sabía rezar en
tailandés ni tenía claro que hacer frente a las mil imágenes doradas de budas
de ojos cerrados. Pero quería quedarme ahí, quería la foto, quería frenar el
tiempo en una postal para poner en nuestro living. Cuando la revelé me di
cuenta que quedó un poco movida, y la guardé adentro de un libro para un
cuadrito que nunca hice. Cuando volví a abrir el libro y acordarme del
cuadrito, ya no había living nuestro, ni viajes, ni templos. Ni tampoco me
importaba.
Historias de taxi.
(*Texto inspirado en la consigna de contar la vida como se le cuenta una mentira a un chofer de un taxi)
Soy secretaria, señor. Secretaria pero no cualquier
secretaria de esas que atienden el teléfono, anotan un turno y nada más, eh.
Soy Secretaria de Presidencia de una importante firma de logística. ¿Qué si le
puedo decir cuál? Si, Richiardelli Hermanos SRL. ¿La conoce? Seguro vio alguno
de nuestros camiones ploteados alguna vez. Usted está en el transporte. Más
urbano claro, pero los taxistas deben prestar atención a otros transportes. La
empresa es una pyme argentina, a la que le está yendo, bueno… como a todas las
pymes de la Argentina, se imaginará. Pero aún así hace 39 años que están en el
mercado. Y que diga transporte no significa que sea aburrido, eh. Para nada.
Tengo a cargo toneladas de cosas. Usted ni se imagina lo que es mi trabajo.
Llegan papeles con pedidos, hay que llenar acoplados de camiones que
transportan desde alimentos hasta automóviles, y yo me encargo de gestionar
todo eso. Si, si. Se perfectamente cuántas cajas llenas de paquetes de arroz
entran en un camión de 5000 kilos o hasta cuántos coches puede llevar otro de
esos que transportan cero kilómetro. ¿Qué si me dedico a las matemáticas? Para
nada, señor. Me llevo pésimo con las matemáticas, pero soy una mujer obsesiva
con todo lo que hago. Y acá se trata de hacer estimaciones, despachar cantidades,
coordinar con el chofer del camión, la empresa del producto y avisarle al señor
Richiardelli los movimientos de los camiones del día. El señor Richiardelli
tiene 55 años y tiene toda la confianza en mí para este trabajo. También me
encarga cosas personales, porque como le dije, soy Secretaria de Presidencia y
él, es el presidente. Él y su hermano, Ramirito, que es más joven y un tiro al
aire, así que no está nunca en la empresa y el señor me encargó que no le
tomara ningún recado tampoco. Él me quiere para sólo para él. Yo por el señor Richiardelli, lo que sea. Es
amoroso, realmente amoroso. Y muy buen mozo. Me regala flores para la primavera
y bombones de confitería para el Día de la Secretaria desde hace siete años,
que es el tiempo que hace que estoy en la empresa. A veces me regala otras
cosas, pero eso a usted ya no le importa. Es muy generoso, Roberto, digo, el
señor Richiardelli. ¿Qué si es casado? Si, si, es casado, padre de familia,
tiene dos hijos y una mujer, que, bueno, es loca. Pero loca, loca. Loca
psiquiátrica. Así como le digo. Medicada. Se ha aparecido en la oficina
gritando y queriendo romper todo más de una vez. La última la tuvieron que
sacar con el SAME porque le dio como un ataque. A mi me gritó de todo: yo no
entendía nada, y me quedé ahí, detrás de mi escritorio, congelada. Hasta que se
me avalanzó y me quiso agarrar de los pelos, mientras gritaba putitademierdayotevoyadarquetemovesamimarido.
Loca, loca. Pero bueno, salvo cosas como esas, en la empresa es siempre más o
menos lo mismo. Entro a las 8, salgo a las 5, me tomo el 39 y llego para las 8
a Montserrat. Pero en general si hay mucho trabajo y el señor Richiardelli lo
requiere me tengo que quedar hasta tarde, vió, hay que cuidar el trabajo, está
taaaan difícil. Y yo por mi jefe, lo que sea. ¿Qué si hoy hubo mucho trabajo? Y
si, hoy fue uno de esos días. Hubo
que trabajar tanto que se nos hizo un poco tarde, por eso tomé este taxi. Uy,
pero mire usted, ¿ya las dos y media de la mañana? Se me pasó volando. Es que
cuando estoy trabajando, se me pasa el tiempo. Soy una mujer obsesiva con lo
que hago, ¿ya se lo dije, no?
Friday, March 14, 2014
Virtualidades.
Supo que estaba en problemas cuando al sexto día de haberse
‘conocido’, le dolieron la vista y los pulgares. Era la enésima vez en el día
que miraba la pantallita del celular, sonreía como una tonta y su familia la
miraba sin entender absolutamente nada: era una mina de 30 con la actitud de
una de 15, chateando desaforadamente con su celular. Sin la mínima intención de
parar ese pelotudeo virtual que la tenía entre embobada y pseudo enamorada de
alguien a quien creía conocer mucho en seis días en los que perdió la dimensión
del tiempo, y que en verdad, jamás había visto en persona. No había podido
sacar la atención del teléfono ni un solo día. Ni siquiera el único en el que
no habían hablado. El resto, todos los otros días, desde la madrugada de un 25
de diciembre, habían sido a puro chat casi de corrido, durante horas. Hablando
de cualquier cosa, o de cosas demasiado profundas. El chat da una cierta
impunidad para confesar cosas imposibles, desnudarse en comentarios casi
ridículos pero que a la vez tienen un condimento de intriga y seducción por no
saber bien la atención de quién se está captando del otro lado. La impunidad de
lo virtual, es, peligrosa.
Se encontraron –conocieron
sería demasiado pretencioso- de la forma más ‘anti-ellos’ que podía existir.
Ella, periodista, subida a la moda de lo trendy: después de un año y medio de
soltera, tenía bien en claro que las relaciones también empezaban de forma
virtual. Y como jamás quiso perderse nada, mucho menos una global trend, se animó a registrarse en la última app de moda en
las grandes ciudades capitales que ya estaba en Buenos Aires. Como casi todo lo
que hacía, por la historia o por la nota, tenía que estar. Él estaba recién
separado, poniendo en práctica con cierta cautela, todos los artilugios
posibles para vivir su nueva vida de soltero. No lo convencía para nada lo del
catálogo online de minas en el celular, pero igual se registró, e hizo lo
opuesto a lo que todos los hombres suelen hacer: no le dio like a todas, sino a unas pocas, pero eligió una sola para empezar
una conversación. La sorpresa para ambos, fue que terminó siendo match… un 25 de diciembre a las 3 de la
mañana. Ella había empezado su experimentación con la app en un random de
candidatos poco selectivo, así que en dos días tenía 50 posibles “parejas” y la
mitad de esos flacos, le hablaban por chat. Se asustó y no respondió a ninguno.
Pero el aburrimiento después de las copas del 25, la noche de verano lenta y
aletargada y la intriga de la primera frase de él donde incluyó, además de
perfecta ortografía, un punto final -la obsesión del punto final en un chat lo
destacó definitivamente del resto-, le llamaron la atención. Respondió. Primer match real. Se quedó dormida
escribiendo, sin encontrarle mucho sentido a la situación, pero divertida. Al
día siguiente la charla pasó al nivel dos: intercambiaron Whatsapps. Y no
pararon más. La siguiente sucesión de conversaciones alternó por una infinita
variedad de temáticas, casi sin distinción de horarios. Charlas intermitentes a
lo largo del día, madrugadas eternas. Pasaron los días y la curiosidad y la
posibilidad de un encuentro real, eran incuestionables. Tenían que verse. Era
urgente, era necesario. ¿Estaban preparados? Nunca se lo cuestionaron.
Simplemente fijaron fecha y contaron los
días, las horas y los minutos hasta que el día de la cita llegó.
Esa noche fue un cocktail de nervios, taquicardia e intriga.
Una intriga terrible a cómo pudiera salir ese encuentro. ¿Y si salía mal?
Posiblemente, no era lo que se cuestionaban. El miedo, el terror profundo que
los dos sentían, no tenía tanto que ver con si la cita salía mal, sino en
verdad con la posibilidad real –real
y no virtual-, de que saliera bien. Era un miedo exagerado a encontrarse con la
potencialidad del amor cuando ninguno de los dos lo estaba buscando. ¿O en
verdad si, cuando se dieron de alta en esa app que los hacía sentir un poco
ridículos? Se sinceró consigo misma: todos
estamos buscando un poco el amor, todo el tiempo.
Él la vio primero, cuando dobló por la esquina, enfilando
directamente hasta la puerta del bar que no había podido traspasar. Tenía fobia
a sentarse solo en una barra. Justo lo opuesto a ella, que amaba las barras,
los bares y las charlas entre copas con desconocidos. Tenía puesto un vestido
negro corto, y era alta, lo suficiente como para intimidarlo un poco. Se
saludaron con taquicardia. Se miraron con complicidad desde el instante en el
que cruzaron miradas por primera vez: la química estaba. Era un hecho tan
maravilloso como trágico. Él habló y habló. Contó su historia, habló de su ex.
Ella terminó soltando algo de la suya también, con menos detalles pero
conservando los que la dejaban ver como una mujer herida. Entre la que se
muestra infranqueable pero a la vez, necesita que la protejan. Alternando el
miedo de ponerse en evidencia con una alerta en su discurso como avisando que
vivió, que la pasó mal por otro, que ya está inmortalizado en su lista, en sus
cicatrices, en su vida.
24 horas después, ella apretaba el único botón del celular,
para que se encendiera la pantalla y le dijera cuándo él se había conectado por
última vez al Whatsapp. 22.23, decía.
Su reloj marcaba las 23.22 del día
después. Después del idilio, la intriga, la ansiedad, los nervios y la
expectativa inevitable. Después de los tragos, la charla interminable, la
vergüenza, el terror, las ganas. El beso. Había sido una tortura llegar hasta
ese bar, frenar los pensamientos, en esa noche pesada en la que el letargo del
verano y el calor, se hizo sentir, también, en el aire entre ellos dos. Se
cerró con el del beso, se terminó con el silencio. 24 horas después, sentía
algo así como el post efecto placebo de una droga. La abstinencia de atención
la ahogaba, la coartaba en su libertad de ser ella misma y elegir qué sentir. Como si pudiera elegirse.
Llegó la madrugada. Lo que nunca llegó fue el siguiente
mensaje, y se preguntó si este era, formalmente, el fin del idilio. Se dio
cuenta de lo lindo que había sido todo mientras había durado: el estar
pendiente de otro, el que otro, un alguien,
esté al pendiente de uno. Sonreír instantáneamente al ver un mensaje nuevo
en el teléfono, con una sonrisa ridícula, incomparable a otras. La potencial
sensación de volver a enamorarse. Todo había sido mágico y le había devuelto la
posibilidad ínfima de probar, otra vez, después de mucho, el sabor de un beso
con un poco de gusto a amor. Se dio cuenta que eran cerca de la una de la
mañana, estaba sola, como casi siempre, y el mensaje esperado no había llegado
ni iba a llegar. No le importó. Se sonrió con cierta tristeza, como quien entiende
una señal, que por más anónima y silenciosa, le estaba diciendo que había
llegado el momento de volver a empezar. De volver a creer. Se hundió lentamente en un sueño pesado, profundo, sin más
respuestas, como la noche de verano que estallaba afuera. Se quedó dormida con
el celular entre las manos.
Wednesday, February 19, 2014
(instrucciones para dejarlo ir)
(a D.B.)
Tuesday, February 18, 2014
marcas.
No entiendo quién sos ni a qué viniste. Porque si era a
recordarme cómo eran esas viejas heridas, ya está, está hecho. Clavaste el
cuchillo, reabriste las marcas. Yo estaba orgullosa de mis cicatrices. Ahora
vuelvo a odiarlas. Nunca vas a enterarte, pero tengo dos o tres nuevas que llevan tu nombre.
Subscribe to:
Posts (Atom)