Fuimos al bar que había elegido yo. Me pedí un Negroni. F no
sabía qué era. Pidió una caipirinha de maracuyá. El nombre del trago, el trago
en si y el que haya dicho ‘caipi’ fueron cosas que me pusieron de malhumor.
Pero igual me gustaba.
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Bikram yoga es una disciplina diferente a la de cualquier
otro yoga. La razón principal es que se practica en una sala a 42° de
temperatura. No hace falta tener experiencia previa, y lograr las posturas
puede llevar un día, o cien, o toda la vida. No es lo que importa.
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Nos sentamos en la barra. A él lo incomodaba, a mi me hacía
sentir en mi territorio. No sé por qué razón necesité eso. Creo que
efectivamente, porque me encantó ni bien lo vi, y me sentí vulnerable. No lo
miré a los ojos. Pedí un gintonic.
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Es necesario beber entre 3 y 4 litros de agua previos a la
clase. No sirve tomar líquido un rato antes o durante la práctica. Es clave que
la hidratación sea anterior, o el malestar es inminente.
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Pedí otro gintonic y un vaso de agua. F pidió uno también. No
paraba de hablar, estaba nervioso y no lo ocultaba. Yo estaba un poco
alcoholizada, pero en mis niveles acostumbrados. Me di cuenta que quería darme
un beso y no encontraba el momento. Me reí. Yo también quería que me diera un
beso.
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Una clase de Bikram dura 90 minutos. Son 26 posturas que se
repiten dos veces. El profesor no hace posturas, sino que habla la clase
completa, indicando qué hacer, segundo a segundo. Es un ejercicio de meditación
activa, requiere máxima concentración. La única regla: no dejar la sala bajo
ningún concepto. Lo único que hay que resistir son los 42°, el resto –la
transpiración, el esfuerzo físico, los pensamientos-, son detalles.
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Me agarró la mano. Nos reímos los dos. Eran las dos de la
mañana, era enero. Habíamos tomado y hablado demasiado. Le conté que había
empezado bikram ese día, me dijo que estaba loca. Hacía calor. Nos fuimos del
bar caminando. En la esquina paró y nos besamos.
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Utkatasana es la postura de la incomodidad. La número tres,
del equilibrio. Aumenta la fuerza del cuerpo en general, fortalece y tonifica
los músculos de las piernas, aumenta la flexibilidad en los dedos de los pies y
los tobillos y alinea el sistema óseo.
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Cuando nos despedimos F seguía visiblemente nervioso. Yo
también, pero no quería que se notara. Me dio un beso que me dejó pensando la
semana entera que le siguió a ese día y que no escribió.
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El Negroni es un trago clásico de fines del 1800, que se
prepara con una medida de rosso, una de Campari y una de ginebra. Se bebe en un
vaso bajo, con una única pieza de hielo grande, para que el agua se vaya
derritiendo progresivamente y el cocktail conserve su temperatura ideal durante
más tiempo.
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Volvimos a vernos
unos meses después. Otra vez invitó él, otra vez elegí el bar yo, pero esta vez
era otro. Esta vez, la visiblemente nerviosa era yo. Tomamos Negronis los dos,
nos fuimos borrachos, nos besamos. Hacía frío, ya no era verano. Hablamos demasiado
otra vez, nos mentimos. Otra vez no volvió a escribir. Me jodió. Después de F salí
con un chico que tomaba whisky como agua, que me llevó a su casa, que no quise
volver a ver.
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La instructora de yoga repite que lo único importante es
hacer, y soltar el resultado. Mientras tanto hace 42°, voy por la segunda
postura y quiero huir.
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Una indicación de que un bar es un buen bar, es cuando
sirven agua acompañando un coctél, aún sin que el cliente lo pida. El agua es
fundamental para nivelar la deshidratación que causa el alcohol.
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La postura de camello o ustrasana abre y fortalece la caja
torácica, pulmones y sistema respiratorio. Comprime la columna vertebral,
aliviando problemas de espalda, liberando emociones y pensamientos. Casi todas
las veces que la hago, me dan ganas de llorar.
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Bikram. Cincuenta clases después. No estoy especialmente
elástica, ni bajé demasiado de peso, ni logré soltar nada. No volví a ver a F.
No tomo el agua suficiente. Pero sigo yendo igual.